Yamir apretó el cigarrillo entre sus labios, y al pitarlo pudo sentir el amargo sabor del humo pasando a través de su garganta. Entre cerró sus ojos y elevó su mirada hacia una extraña nube en el cielo, que parecía correr sofocada por el abrasador calor del desierto. A lo lejos, tras una cortina invisible que deformaba la vista difusa, un vehículo levanta polvo en el seco camino serpenteante. Tomó su fusil de asalto por la correa, lo llevó hacia atrás de su hombro y con un gesto de su mano, le indicó a su compañero la novedad que se acercaba aún a lo lejos y mientras él le arrancaba una nueva bocanada de humo al tabaco. No le llamaba la atención, era natural que los civiles cruzaran el puesto a esta hora del mediodía. Seguramente llegaban para visitar a familiares, cargados de mercaderías y presentes para compartirlos. Yamir había aprendido con su oficio, que una mirada fría y desconfiante, solía producir un efecto de generosidad en estos viajeros, quienes ante el temor de ser demorados, solían ofrecer gentilmente cigarrillos, golosinas o alguna bebida alcohólica.
El vehículo no tardó en recorrer el último kilómetro, y pronto la silueta de la camioneta Rover comenzó a aminorar su velocidad dejando de hacer oir su motor para dar lugar al sonido del ripio golpeado por sus grandes neumáticos. Cuatro hombres venían en su interior, claramente vestían ropas blancas a la manera tradicional saudí. El conductor, esbozó una gran sonrisa al guardia caminero que inmóvil espera la detención total del rodado.
Yamir esperó a que la camioneta se hubiese detenido completamente. Entrecerró sus ojos para evitar que el reflejo sobre la lustrada pintura lo enceguezca, y tocando con dos dedos la visera de su gorra de uniforme realizó el saludo de cortesía a medida que se acercó a la ventanilla del conductor para inspeccionar el interior del vehículo. Claramente pudo observar al conductor ofreciendo una sonrisa, quien traía ambas manos sobre el volante. A su lado, otro de tupido bigote, parecía absorto en la lectura de algo que podría haber sido el Corán. Atrás, en el asiento trasero izquierdo, algo le pareció raro. La ventanilla baja dejaba ver a otro hombre con lentes espejados al estilo “clipper”, y Yamir casi pudo ver todo su uniforme marrón caqui reflejado en ellos. El pasajero ofreció algo hacia él a medida que extendía el brazo, y casi tuvo el gesto de extender su propio brazo para agarrarlo… luego todo fue silencio.
El otro guardia acababa de atravesar la puerta de la caseta de seguridad, cuando vio a su compañero doblar las rodillas al mismo tiempo que el sonido seco del arma quedaba estampado en el medio día desértico. Instintivamente se arrojó hacia atrás, mientras los vidrios de la ventanilla de inspección a su izquierda, explotaban en miles de pedazos. Cayó al suelo de espaldas, e intentó darse vuelta en un desesperado intento por buscar refugio en el interior del puesto. Una nueva ráfaga barrió la puerta que se dobló cómo un cartón a medida que la chapa gritó acusando los impactos de 9 milímetros que atravesaban y barrían todo a su paso. Casi al mismo tiempo, las puertas delanteras de la camioneta se abrieron y conductor y acompañante bajaron blandiendo fusiles automáticos AK-47 y en paso decidido avanzaron hacia el frente del vehículo. Un tercer hombre saltó del lado trasero y volvió a abrir fuego con su ametralladora hacia el interior de la garita, donde el humo ya era tan intenso que no permitía ver nada en su reducido interior.